Colombia duele
Colombia duele porque es el segundo país más desigual de América Latina. Porque los grandes latifundistas controlan casi el 80% de la tierra. Porque actualmente hay más de 3.000 personas secuestradas. Porque se calcula que más de 15.000 personas han sido desaparecidas. Porque 4 millones de personas, el 10% de su población, han sufrido el desplazamiento forzoso y se han visto obligadas a abandonar tierras y a ingresar en los cinturones de miseria de las ciudades. Porque su conflicto armado supera los 50 años y es el único actualmente abierto en América Latina.
Colombia duele porque su política huele a podrido. Porque aproximadamente un tercio del poder político y los cargos electos están cooptados por uno de los grupos armados ilegítimos y actor protagonista del conflicto, los paramilitares. Son datos de un estudio que presentó la semana pasada en Barcelona la politóloga Claudia López. Más del 85% de los acusados de vínculos con el paramilitarismo pertenecen a partidos de la mayoría uribista en el Congreso.
Ayer mismo, un primo hermano del presidente Uribe era llamado por la justicia para aclarar esta conexión. Como explicó Claudia López, "mientras el paramilitarismo siga con esta cuota de poder político, bloqueando cualquier salida negociada al conflicto, y actuando con lógica de vencedor militar de una guerra, todo seguirá igual". Quizás otros 50 años más, qué más da...
Colombia duele porque el narcotráfico lo ensucia todo y a todos. Porque todos los grupos armados (FARC, paramilitares) viven de y por el control del narcotráfico. Porque la principal actividad militar del conflicto se concentra curiosamente en las zonas con más presencia del narco. Porque se aplica una ley, llamada de Justicia y Paz, que ni es justa ni va a traer la paz. Porque juzga con benevolencia a los asesinos descartando cualquier reparación para los miles de víctimas y sus familiares. Y una paz sin justicia ni reparación a las víctimas, no es paz, lo sabemos de otros conflictos. Es otra cosa. Leer más...
Pero Colombia tiene una cara vitalista, fuerte, tozuda, de gentes, hombres, mujeres, jóvenes, que desean romper esta dinámica de dolor. Las jornadas de la Taula Catalana per la Pau i els Drets Humans celebradas la semana pasada en Barcelona han sido buena muestra de ello. Voces que claman por el fin de la violencia, por el triunfo de la razón, la vida y la política, del diálogo. "Porque no hay ideas violentas, sino métodos violentos", se dijo.
Porque uno conoce a personas pequeñas en lo físico pero grandes de corazón y pensamiento, como Leonora Castaño, fundadora de la Asociación Nacional de Mujeres Campesinas, Indígenas y Negras de Colombia (ANMUCIC). Que te cuenta que las mujeres son las principales víctimas del conflicto y que este las convierte en objectos para hacer la guerra. Que reivindica el derecho de las mujeres colombianas a sacudirse la violencia, "a morir de viejas". Que desde el exilio (vive en España refugiada desde 2004 por las enésimas amenazas de muerte recibidas) afirma que no le van a faltar las ganas de luchar ni alzar la voz cuando sea necesario por su país, para denunciar vulneraciones de los DDHH o visibilizar internacionalmente el conflicto.
Como dijo Vicenç Fisas, de la Escuela de Cultura de Paz de la UAB, es más necesario que nunca "un tsunami social que limpie las cloacas del Estado colombiano", que deslegitime la violencia venga de donde venga, que diga a las FARC que dejen de matar, de secuestrar o de reclutar niños, que no permita la impunidad de los grupos paramilitares desmovilizados e infiltrados en la política y los círculos de poder, y sin ofrecer reparación alguna para sus víctimas. Un tsunami que construya una auténtica democracia. Que de una vez por todas la sociedad civil consiga hablar entre tanto grito y bota militar. Que dejen trabajar a los que realmente quieren la paz (¡son tantos!) para ese magnífico país con gentes magníficas que es Colombia.
Colombia duele porque su política huele a podrido. Porque aproximadamente un tercio del poder político y los cargos electos están cooptados por uno de los grupos armados ilegítimos y actor protagonista del conflicto, los paramilitares. Son datos de un estudio que presentó la semana pasada en Barcelona la politóloga Claudia López. Más del 85% de los acusados de vínculos con el paramilitarismo pertenecen a partidos de la mayoría uribista en el Congreso.
Ayer mismo, un primo hermano del presidente Uribe era llamado por la justicia para aclarar esta conexión. Como explicó Claudia López, "mientras el paramilitarismo siga con esta cuota de poder político, bloqueando cualquier salida negociada al conflicto, y actuando con lógica de vencedor militar de una guerra, todo seguirá igual". Quizás otros 50 años más, qué más da...
Colombia duele porque el narcotráfico lo ensucia todo y a todos. Porque todos los grupos armados (FARC, paramilitares) viven de y por el control del narcotráfico. Porque la principal actividad militar del conflicto se concentra curiosamente en las zonas con más presencia del narco. Porque se aplica una ley, llamada de Justicia y Paz, que ni es justa ni va a traer la paz. Porque juzga con benevolencia a los asesinos descartando cualquier reparación para los miles de víctimas y sus familiares. Y una paz sin justicia ni reparación a las víctimas, no es paz, lo sabemos de otros conflictos. Es otra cosa. Leer más...
Pero Colombia tiene una cara vitalista, fuerte, tozuda, de gentes, hombres, mujeres, jóvenes, que desean romper esta dinámica de dolor. Las jornadas de la Taula Catalana per la Pau i els Drets Humans celebradas la semana pasada en Barcelona han sido buena muestra de ello. Voces que claman por el fin de la violencia, por el triunfo de la razón, la vida y la política, del diálogo. "Porque no hay ideas violentas, sino métodos violentos", se dijo.
Porque uno conoce a personas pequeñas en lo físico pero grandes de corazón y pensamiento, como Leonora Castaño, fundadora de la Asociación Nacional de Mujeres Campesinas, Indígenas y Negras de Colombia (ANMUCIC). Que te cuenta que las mujeres son las principales víctimas del conflicto y que este las convierte en objectos para hacer la guerra. Que reivindica el derecho de las mujeres colombianas a sacudirse la violencia, "a morir de viejas". Que desde el exilio (vive en España refugiada desde 2004 por las enésimas amenazas de muerte recibidas) afirma que no le van a faltar las ganas de luchar ni alzar la voz cuando sea necesario por su país, para denunciar vulneraciones de los DDHH o visibilizar internacionalmente el conflicto.
Como dijo Vicenç Fisas, de la Escuela de Cultura de Paz de la UAB, es más necesario que nunca "un tsunami social que limpie las cloacas del Estado colombiano", que deslegitime la violencia venga de donde venga, que diga a las FARC que dejen de matar, de secuestrar o de reclutar niños, que no permita la impunidad de los grupos paramilitares desmovilizados e infiltrados en la política y los círculos de poder, y sin ofrecer reparación alguna para sus víctimas. Un tsunami que construya una auténtica democracia. Que de una vez por todas la sociedad civil consiga hablar entre tanto grito y bota militar. Que dejen trabajar a los que realmente quieren la paz (¡son tantos!) para ese magnífico país con gentes magníficas que es Colombia.
Etiquetas: Guerra y paz, Política, Solidaridad y ONG
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