Ante el dolor de los demás
Tras ver en televisión las horribles imágenes de la ejecución de un contratista norteamericano en Irak, o las de los soldados israelíes en Gaza, o las de niños y jóvenes palestinos que son asesinados por lanzar piedras... Con todo el horror que está cayendo y estamos viendo... es oportuno recuperar el último ensayo de Susan Sontag, Ante el dolor de los demás, publicado meses atrás.
Es una lúcida, interesante y necesaria reflexión sobre las imágenes y fotografías de la violencia, de las guerras, de la destrucción, del dolor y de la muerte, y de su capacidad para conmover, movilizar, indignar o, por el contrario, insensibilizar. El libro de Sontag lanza a discreción preguntas que no siempre tienen respuesta.
¿Por qué sentimos una cierta fascinación por lo morboso, por la muerte en vivo, por ser testigos de ese momento de dolor? ¿Por qué hay muertos de primera (invisibles, limpios, inexistentes, imaginarios) y muertos de segunda? casi siempre de piel oscura, pobres salvajes, "africanos de ojos grandes", dice Sontag, sucios y desvestidos... ¿Por qué tenemos que ver a niños, mujeres y soldados despedazados a golpes de machete en África y nos niegan a los muertos del World Trade Center o a los soldados norteamericanos?
¿Por qué en Estados Unidos sólo se pueden ver muertos los otros y nunca alguien como ellos? ¿Es que ellos no mueren? ¿Es que son invencibles? ¿Es que quieren ocultar algo a su población? ¿Algo tan básico como que la guerra es una mierda de destrucción? ¿Por qué a los occidentales nos afectaban más las muertes de bosnios que las de los más de 60 conflictos actualmente existentes en nuestro planeta?
Sontag repasa hábilmente algunas representaciones históricas del dolor ajeno, como los grabados de los desastres de la guerra de Goya o la enorme repercusión de la TV y de las imágenes de soldados muertos en Vietnam para galvanizar las protestas contra esa guerra absurda. Y Susan Sontag, demoledora, apunta directamente a esos gobernantes, militares, guardianes de lo correcto, que con su esterilización de las imágenes de la guerra nos quieren hacer creer que ya nada es horrible, que ahora todo es quirúrgico, limpio, infalible, cuando todos sabemos perfectamente (y la lúcida norteamericana nos lo recuerda), que la guerra ha sido, es y será, SIEMPRE, una puta mierda.
Es una lúcida, interesante y necesaria reflexión sobre las imágenes y fotografías de la violencia, de las guerras, de la destrucción, del dolor y de la muerte, y de su capacidad para conmover, movilizar, indignar o, por el contrario, insensibilizar. El libro de Sontag lanza a discreción preguntas que no siempre tienen respuesta.
¿Por qué sentimos una cierta fascinación por lo morboso, por la muerte en vivo, por ser testigos de ese momento de dolor? ¿Por qué hay muertos de primera (invisibles, limpios, inexistentes, imaginarios) y muertos de segunda? casi siempre de piel oscura, pobres salvajes, "africanos de ojos grandes", dice Sontag, sucios y desvestidos... ¿Por qué tenemos que ver a niños, mujeres y soldados despedazados a golpes de machete en África y nos niegan a los muertos del World Trade Center o a los soldados norteamericanos?
¿Por qué en Estados Unidos sólo se pueden ver muertos los otros y nunca alguien como ellos? ¿Es que ellos no mueren? ¿Es que son invencibles? ¿Es que quieren ocultar algo a su población? ¿Algo tan básico como que la guerra es una mierda de destrucción? ¿Por qué a los occidentales nos afectaban más las muertes de bosnios que las de los más de 60 conflictos actualmente existentes en nuestro planeta?
Sontag repasa hábilmente algunas representaciones históricas del dolor ajeno, como los grabados de los desastres de la guerra de Goya o la enorme repercusión de la TV y de las imágenes de soldados muertos en Vietnam para galvanizar las protestas contra esa guerra absurda. Y Susan Sontag, demoledora, apunta directamente a esos gobernantes, militares, guardianes de lo correcto, que con su esterilización de las imágenes de la guerra nos quieren hacer creer que ya nada es horrible, que ahora todo es quirúrgico, limpio, infalible, cuando todos sabemos perfectamente (y la lúcida norteamericana nos lo recuerda), que la guerra ha sido, es y será, SIEMPRE, una puta mierda.
Etiquetas: Guerra y paz, Libros
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